viernes, 31 de diciembre de 2010

La cámara mágica

Era una mañana de invierno, gélida y húmeda, en la que el rocío desprendía añoranza y melancolía.
Era una habitación de imágenes, de fotos de antaño, de eternos parpadeos que se eternizan en la retina.
Una estampa cargada de improntas inmortales, anquilosadas en el alma del viajero.
Allí, rodeado de tanto pasado contemplaba la singularidad de aquellas instantáneas que se alejaban de lo que comúnmente se denominaba realidad.
Aquellas impresiones encerraban un secreto peculiar, encarnaban el alma de lo fotografiado, de lo contemplado, a modo de secuestro vital. He aquí que aquella cámara despertaba un influjo sin igual, "une attirance spirituelle" como lo solían denominar en aquellas foráneas haciendas.
Parecía oír su llamada, su canto de sirena. Por lo que decidió acercarse y contemplar la realidad a través de ese anteojo, de esa lente erguida sobre aquel trípode carcomido.
Era una visión fantasmagórica y espeluznante, puesto que el aire que se interponía entre ambos planos parecía transformar y arrancar la esencia de todo aquel que osara situarse en su objetivo. Un resultado verdaderamente espectacular; ya que no era una trascripción visual fidedigna, sino que atrapaba el ánimo y el ser de lo observado. Por lo que si se capturaban varias instantáneas desde el mismo lugar, se producían resultados muy dispares puesto que cada una de ella era como una semilla de una granada, una gota sacada del océano.
De pronto, resonó en su mente aquella famosa frase según la cual "cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes".
Contrastes que reverberaban y que se proyectaban por doquier inundado la sala de un sentimiento singular.
Cerró los ojos un segundo y se concentró. Recordaba las palabras de su amigo violinista: "Antes de tocar, me sumerjo en el más profundo de los silencios e imagino como suena esa sonido genial que quiero arrancar de la cuerda con la justa presión requerida".
Por lo que siguió el ritual de su compañero y dibujó la mejor de las sonrisas que quería conservar en lo más profundo del cristalino. Cada vez que quisiera evocar su imagen se llenaría de quietud reteniendo aquella sonrisa plácida y tranquila.


domingo, 19 de diciembre de 2010

Viajando contracorriente


No podía precisar, podían ser las nueve de la mañana o de la noche, de una tarde de invierno o de verano….. Mi existencia se diluía como un azucarillo …
Todo cambiaría desde aquel viaje, desde aquel trayecto vital. Me subí al tren y busqué mi asiento. Me sorprendí al ver que estaría sentado en el sentido opuesto a la marcha del tren.
Pronto me vería encerrado en mis propios pensamientos y el paisaje bucólico que contemplaba a través de la ventana me invitaba igualmente a ello. Parecía que la máquina imprimía carácter, desplazándonos cada vez a mayor velocidad. Los contornos del verdor de los árboles y de la campiña comenzaban a desdibujarse por nuestro frenético devenir. La velocidad vertiginosa me hizo pensar en la reflexiones de la física contemporánea que afirmaban que un movimiento puede desplazarse no sólo en el espacio, sino también en el tiempo.
El verdor se transformó en un manto blanco, resplandeciente y nítido que dio paso a una estampa estival centroeuropea. Primavera, Invierno, verano otoño parecían ser el anti ciclo que presenciaba de una forma tan extraña y peculiar. Todo aquello producía un cierto vértigo y zozobra existencial cuya causa no sabía determinar. Quizás fueran las reflexiones a las que me veía abocado o el sentido inverso de la marcha… Quién sabe..
Escudriñaba a mi compañero de vagón, un afable sesentón por su blanquecino cabello y gesto grave. Curiosamente percibí que éste se tornaba más castaño y joven. Sin duda, aquella atemporalidad había inundado el habitáculo en el que nos encontrábamos y mis pensamientos parecían haberse vistos afectados por ese sin sentido  espacio temporal.
El anuncio de la llegada a la próxima estación me sumió en la duda y desasosiego al haber perdido toda noción de la realidad.
En aquella letras góticas se podía leer Freising y todo ello fue una especie de regresión al antaño. De forma inconsciente bajé a lo desconocido, al mundo intangible de los recuerdos.
Aquel déjà vu me sobrecogió al ver en el andén al joven en el que tanto me identificaba.
Los vi hablando con un gesto relajado y distendido. Mi presencia pareció no perturbarles lo más mínimo e incluso diría que ninguno podía reconocer el "avenir" que yo encarnaba. Era una imagen fantasmagórica y escalofriante al entrar en aquel mundo onírico y transcendente. Oí al  joven quejarse de tener que llevarle  de vuelta y viajar tantísimos kilómetros a causa de ello.
Yo por el contrario, me sentí impotente al no poder explicarle que disfrutara, aunque se tratara de llegar al fin del mundo; ya que mucho antes de lo que se imaginaba, iba a tener que viajar de vuelta en la más áspera de las soledades donde la melancolía y la añoranza embriagan el espíritu. Decirle que la tinta se evaporaba y que pronto no podría escribir las aventuras quijotescas que tanto sentido le dieron a su vida.
El  silbido del maquinista penetró en mi alma como una afrenta mortal, al recordarme la impostergable necesidad de volver al tren y no quedarme anclado en el otrora del pasado.
De vuelta, mi aliento se helaba y mi pecho henchido de tristeza por aquello que llamaban, dolor del alma. Sin embargo, ahora sentado según el sentido de la marcha, viajaba de nuevo hacia el presente. Detrás del cristal quedaban los dos en la más bella de las sincronías idealistas. Mis retinas se inundaban y la impotencia se respiraba por doquier, Lentamente el tren comenzaba a moverse hacia lo desconocido….

jueves, 9 de diciembre de 2010

El regreso de Sorel

Fue aquella falta de piedad en sus ojos lo que tan profundamente me impactó, ese canibalismo primitivo y ávido de sangre ajena. No podía creerlo, pero era la mismísima reencarnación moderna del Julien Sorel de antaño. El mismo embaucador y mercenario de sentimientos ajenos. Y sin embargo, en él no había una estrategia premeditada de ascenso social. Por el contrario, era la personificación del relativismo hedonista más imperante. En definitiva, un detritívoro de almas ajenas…

Su rostro angelical ejercía una seducción deletérea sin igual, una fuerza gravitatoria mortal. La nueva personalidad encarnaba el león anunciado por Zaratustra, la victoria del lado más oscuro del inconsciente, donde se esconden los deseos más aberrantes e ignominiosos.
Pero fue entonces cuando a modo de fogonazo intelectual vislumbré el origen de su metamorfosis. Posiblemente era un sueño o incluso una pesadilla pues él aparecía representado como un niño cándido y tranquilo. Me acerqué para observarle de cerca y me sorprendió verle jugar en el suelo con una muñeca Matrioska.
- ¿Pero qué haces? Le pregunté
- Son mis mujeres – Me respondió sin apartar la vista de ellas.
- ¿Tus mujeres? – repetí en voz alta.
- Si. Fíjate como se quiebran si les sacudes la cabeza. Es genial, siempre aparece otra nueva. En el fondo son todas iguales, todas se quiebran a la misma altura, ejerciendo la misma fuerza. Hay que enamorarse de todas y decirles que las quieres de igual manera, aunque sea mentira. En el fondo si las observas te piden que lo hagas una y otra vez, para así poder respetarte.
- ¿Pero cómo puedes?- balbuceé en el aturdimiento.
- Mi corazón sigue la misma dinámica y se fragmenta como el mercurio en millones de nuevos corazones, siempre el mismo cortejo, el mismo juego.
No podía dar crédito al oír aquel razonamiento tan estentóreo y frívolo.
Es un niño –tranquilízate, no le debo dar más importancia a sus palabras – pensé.
- Pero llegará un momento en que ya no puedas romperlas en dos, siempre habrá una última- le dije.
- Mi madre dice que puedo jugar con ellas hasta que me case y será entonces cuando tenga que devolvérselas y no tocarlas nunca más…
El “nunca más” reverberó en las profundas paredes del sueño de forma que me desperté sobresaltado…