Domingo. 11:00 a.m.
Aún, todos duermen. Me levanto y salgo al jardín.
En el horizonte, la inmensidad del océano. Las olas, en diminutas gotas, me inundan el rostro, al romper y deshacerse en mil pedazos.
Cierro los ojos y simplemente disfruto esa caricia robada en mi piel. El agua refresca mis mejillas, ya quemadas por el imponente sol. La salina borra las huellas de la noche de mi semblante. En la lontananza, una pequeña barca a la deriva. Me pregunto si en ella viaja alguien, algún alma solitaria.
Esa inolvidable taza de café calienta mis manos, como cuando las acerco a la chimenea y las abro. Me embriaga el olor que sale de entre ellas. Las acerco a mis labios y siento la densa espuma del café al mojarlos. Pienso en el bigote blanco que aquel dulce sorbo me había creado, y entonces, me ví, en aquella otra tarde de otoño, rompiendo a carcajadas, al verme el denso y oscuro bigote que el chocolate me dibujó en la comisura de los labios.
Levedad e inocencia perdida, pensé. Hoy, quizás, recuperada a través de la mirada de mis niños. Divino tesoro.
Le dí el primer sorbo y pude sentir todo su sabor en el paladar. Me sentí afortunada, privilegiada, llena de vida.
El mundo se paró por unos instantes. Mi soledad, mi existencia, consagradas en aquella taza. Pienso en la última vez que tuve tiempo para mí, para cuidarme. No la recuerdo. Notaba que la necesitaba cada vez más.
Solo quería poder viajar, huir del asfixiante peso del día día que a veces tanto me consume. Es una realidad que me dota de sentido, pero al mismo tiempo me mata lentamente. ¿Cuándo fue la última vez que me sentí llena? ¿Adonde me gustaría viajar ahora?
Pienso en un lugar con significado para mí, que me devuelva mi individualidad arrebatada. Necesito recuperar por unos instantes el peso del silencio, solo pido un resquicio de soledad. Tampoco pido tanto - me dije.
De pronto, me vino mi imagen de antaño. Una niña sentada en aquella puerta de embarque, a la espera de un avión, rumbo a un mundo desconocido. Fue, quizás, en ese momento en el que comprendí que, a partir de entonces, solo habría una persona en este mundo que me cuidaría,
yo misma.
Un chasquido interrumpió mis pensamientos, me devolvió al presente y me hizo recordar todo lo que me quedaba por que hacer hoy.
Espera, me dije, disfruta aún del última sorbo, quizás éste sea el último café....
Me había entregado tanto, con tanto afán que en el empeño me olvidé de mí. Me vino a la mente aquel libro provocador “Madres arrepentidas”.
Pensé que la maternidad es el acto de mayor generosidad, de entrega, hasta el punto de renunciar a una misma, a las necesidades más básicas, más profundas. Él jamás lo entendería. Nosotras estamos hechas de otra pasta.
El llanto en la distancia me hizo ponerme otra vez en marcha....