domingo, 18 de octubre de 2009

La cucaracha...

Ha vuelto. Su presencia es tan inoportua y dolorosa como siempre lo ha sido. De la nada ha surgido para invadir mis sueños sin previa invitación. Pero sigo solo, tan solo como siempre lo he estado.  No puedo hacer, nada más que escribir. Se podría decir que es el único aliento existencial... Evita este delirio trágico-cómico.
Parezco el Dr. B de Zweig. En lugar de peones, torres y caballos me bullen ideas, imágenes, amarguras.. Solo puedo ponerle palabras a tal vorágine de razocinio irracional, aunque ese intento sea como afanarse en vaciar el océano.
Pero ¿tan necesario es bajar a los infiernos como ya Dante contó para así pagar el canon de nuestra existencia terrenal? ¿Se puede ser con uno mismo el más tirano de los tiranos?.
Algunos lo llamaron el tener que sucumbir a los encantos del impulso de Thanatos; morir-vivir, tal vez ensoñar, auque sea un funambulismo psicológico de consecuencias impredecibles.
Pero dejémonos de prolegómenos y estudiemos el devenir de esa cucaracha repugnante, cuya existencia se erige en una eterna liza por el reconocimiento de su identidad, de su ser.
Pero ¿tan importante puede ser ese reconocimiento como para sacrificar su felicidad, su propia raison d´être?. Pero en todo caso, el reconocimiento ¿de quien?.
Bertrand Rusell afirmó que era ahí donde se anudaba lo que aglutina a toda sociedad; ese vículo psicológico que funde lo individual y lo colectivo en un ideal superior.
Impulso tan humano como moderno si se observa la virulencia de los últimos ataques suicidas o kamikazes.
El peso de ese reconocimiento puede ser tal que lleve al sujeto a la inmolación en aras de una ulterior "reconnaissance".
Pero si el ser humano es capaz de sacrificar su vida, su bien más preciado ¿Acaso tendría reparos en mortificar su propia felicidad? Pero entonces, ¿cual sería el sentido de la vida si  abandona la lucha por la felicidad? ¿Es racional sacrificar el bienestar del hoy por la tierra prometida del mañana que quizás nunca se divisará? Pero por el contrario, ¿Acaso la felicidad no radica en esa lucha vitalista?
Comienza a amanecer, esa luz exterior hace huir a la cucaracha, obligándola a replegarse a su propio devenir existecial.