sábado, 19 de junio de 2021

El duende escriba

 A veces solo oigo el silencio. Intento no moverme para dejar que salga algún susurro. Entonces, de forma casi imperceptible surge y de pronto un torrente a borbotones. Intento entender el mecanismo, pero es un gran enigma, un misterio indescifrable.


En ocasiones, la historia crece dentro de mí, me habla. Otras es como la arcilla, siento mis manos deslizándose por la fría superficie, con el giro del torno. Mis dedos hacen presión y entonces surge la magia: un personaje del que estiro su carácter histriónico, un recuerdo del que no tenía consciencia de su existencia retorciéndose por aflorar....


Cuando escribo, mi voz suena distinta es más melódica, más acompasada, en definitiva más auténtica. Los pensamientos se posicionan con disciplina de legionarios romanos. Permanecen impertérritos, a la espera de la señal, de la orden para avanzar.


Curiosamente, gracias a su experiencia saben anticipar el momento, sin saber explicar bien cómo. En otras ocasiones, escribir es como hacer croché. El mecanismo interno se pone en marcha y por una inexplicable razón, los dedos comienzan a moverse, hilvanando la lana para dibujar una impronta. El hilo por sí solo no representa nada, como tampoco lo hace una metáfora aislada, pero en conjunto comienza a desdibujar algún tipo de metáfora que adquiere vida propia y se transforma en un Pinocho. 


A veces, escribo a vuelapluma, como ahora, limitándome a plasmar el dictado que suena en lo más profundo de mí.  Otras, por el contrario, es pura artesanía, ya que todas las piezas tiene que encajar y conformar una armonía perfecta. Entonces, me vuelvo loco buscando la palabra perfecta. Tiene que sonar como un armónico absoluto. Saber cuándo toca una improvisación o una laboriosa selección es otra gran incógnita.


¿Por qué unas veces solo oigo cacofonías y otras la nada, el silencio más absoluto? Tampoco lo sé, otro misterio indescifrable.


Probablemente, todos tenemos esa voz que grita internamente con gran intensidad. Sin embargo, la vida atronadora que nos ensordece, nos obnubila, asfixia todo nuestro sentir literario.



¿Por qué nos obsesionamos en mercantilizar el valor de esa voz? ¿Acaso se puede poner precio a nuestro primer amor? Lo que sale de ahí puede ser oro puro o simples pedruscos. Da igual, lo importante es que aflore, dejarle que suba a la superficie que abandone las más oscuras profundidades y que nos hable, que nos diga algo.