domingo, 26 de agosto de 2012

Impromptus


I.

Sentada en el estanque, su mirada se perdía en las ondas de la piedra que acaba de lanzar y que bien representaba el viaje de su memoria hacia lo más profundo de su pasado. Era inevitable, pero aquellos recónditos pasajes la trasladaban hacia recuerdos que creía ya desvanecidos. Aquel guijarro no sólo había penetrado en la quietud de su alma, sino que las ondas la trasportaba de instantáneas a recuerdos sumiéndola en la más profunda de las melancolías; y aun así, el centro de cada circunferencia siempre quedaba ocupado por el mismo sueño: El golpe seco de la puerta y el sonido de sus gráciles piernas bajando aquellas escaleras. Atrás, la azotea que encarnaba todo su pasado, todo lo que desea dejar atrás, olvidar. Franquear la puerta supondría penetrar en la herida, en el vacío que su ausencia le había dejado. Su repentina ida le había calado con una tristeza sin igual y solo negando la existencia de ese cuarto creía poder garantizar su propia supervivencia. Sentía que su marcha había gangrenado su corazón y curarlo podría implicar perderlo para siempre…

II.

Postrada ante su pensamiento, trataba sin éxito descifrar su propia identidad, su profunda existencia. Aquel cubículo en el que se encontraba le asfixiaba y aniquilaba toda posibilidad de movimiento. Su imaginación constituía el único anclaje con la realidad, como si tal cosa existiese. Su pena, la negación de la imagen que el espejo social le obligaba a aceptar.
Eran precisamente aquellos haces de luz los que pretendían imponerle esos contornos borrosos. Pero ella valientemente no se dejaba amedrentar. Sin embargo, lo que más le dolía era no reconocerse a sí misma, a lo que ella creía haber sido y luchado con tanto desgarro.
Solo trazando ideas imaginarias en el papel, en aquella celda podía llegar a desprenderse de la servidumbre auto impuesta. Era una redención en las postrimerías de una existencia moderna e insípida.   

III.
El sol la embriagaba con su plácido resplandor. Los rayos no quemaban y su mirada no era autoritaria; sino vespertina. Aquel sol poniente la inundaba de la placidez y de la vitalidad añorada.