domingo, 25 de octubre de 2009

En la nostalgia del ensueño


Fue en aquel despuntar del Alba cuando se produjo aquella eclosión de colores sobre el cielo, como si de fuegos artificiales ralentizados se tratara. La luz del cielo y la quietud del mar plasmaron sobre aquel lienzo una impronta particular.

Aquel espéctaculo comenzó con unas tonalidades aterciopeladas, impregnadas en el aroma de las entrañas del cantábrico.
Se hubiera pensado que aquel cálamo escribía con  las combinaciones de luz y color más asombrosas, como si de un pintor impresionista se tratara. Aquel  movimiento de tan singular sinfonía bien podría evocar la entrada de la cuerda en la tercera Bruckneriana.
El sosiego del mar y su superficie transformaron nuestras retinas en un caleidoscopio existencial. Sus ondas representaban el virtuoso vibrato de los colores del cielo y nuestra almas devinieron en caja de resonancia emocional.




Pero de repente, la paleta infundió tonalidades amarillas. Se sucedieron todo un despliege de armónicos que revistió el paísaje onírico de una sonoridad singular.
La uniformidad del agua se contraponía a la arreboladas nubes que lidiaban entre el fuego del horizonte y el azul flemático.
El tiempo se había detenido arrojando al testigo a un estado catártico. El estrés posmoderno no tenía lugar en aquella invitación a ensoñar.
El aquel estado hipnótico aquel batán psicológico
evocaba una y otra vez aquella frase de Henry van Dyke "La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos"