domingo, 19 de diciembre de 2010

Viajando contracorriente


No podía precisar, podían ser las nueve de la mañana o de la noche, de una tarde de invierno o de verano….. Mi existencia se diluía como un azucarillo …
Todo cambiaría desde aquel viaje, desde aquel trayecto vital. Me subí al tren y busqué mi asiento. Me sorprendí al ver que estaría sentado en el sentido opuesto a la marcha del tren.
Pronto me vería encerrado en mis propios pensamientos y el paisaje bucólico que contemplaba a través de la ventana me invitaba igualmente a ello. Parecía que la máquina imprimía carácter, desplazándonos cada vez a mayor velocidad. Los contornos del verdor de los árboles y de la campiña comenzaban a desdibujarse por nuestro frenético devenir. La velocidad vertiginosa me hizo pensar en la reflexiones de la física contemporánea que afirmaban que un movimiento puede desplazarse no sólo en el espacio, sino también en el tiempo.
El verdor se transformó en un manto blanco, resplandeciente y nítido que dio paso a una estampa estival centroeuropea. Primavera, Invierno, verano otoño parecían ser el anti ciclo que presenciaba de una forma tan extraña y peculiar. Todo aquello producía un cierto vértigo y zozobra existencial cuya causa no sabía determinar. Quizás fueran las reflexiones a las que me veía abocado o el sentido inverso de la marcha… Quién sabe..
Escudriñaba a mi compañero de vagón, un afable sesentón por su blanquecino cabello y gesto grave. Curiosamente percibí que éste se tornaba más castaño y joven. Sin duda, aquella atemporalidad había inundado el habitáculo en el que nos encontrábamos y mis pensamientos parecían haberse vistos afectados por ese sin sentido  espacio temporal.
El anuncio de la llegada a la próxima estación me sumió en la duda y desasosiego al haber perdido toda noción de la realidad.
En aquella letras góticas se podía leer Freising y todo ello fue una especie de regresión al antaño. De forma inconsciente bajé a lo desconocido, al mundo intangible de los recuerdos.
Aquel déjà vu me sobrecogió al ver en el andén al joven en el que tanto me identificaba.
Los vi hablando con un gesto relajado y distendido. Mi presencia pareció no perturbarles lo más mínimo e incluso diría que ninguno podía reconocer el "avenir" que yo encarnaba. Era una imagen fantasmagórica y escalofriante al entrar en aquel mundo onírico y transcendente. Oí al  joven quejarse de tener que llevarle  de vuelta y viajar tantísimos kilómetros a causa de ello.
Yo por el contrario, me sentí impotente al no poder explicarle que disfrutara, aunque se tratara de llegar al fin del mundo; ya que mucho antes de lo que se imaginaba, iba a tener que viajar de vuelta en la más áspera de las soledades donde la melancolía y la añoranza embriagan el espíritu. Decirle que la tinta se evaporaba y que pronto no podría escribir las aventuras quijotescas que tanto sentido le dieron a su vida.
El  silbido del maquinista penetró en mi alma como una afrenta mortal, al recordarme la impostergable necesidad de volver al tren y no quedarme anclado en el otrora del pasado.
De vuelta, mi aliento se helaba y mi pecho henchido de tristeza por aquello que llamaban, dolor del alma. Sin embargo, ahora sentado según el sentido de la marcha, viajaba de nuevo hacia el presente. Detrás del cristal quedaban los dos en la más bella de las sincronías idealistas. Mis retinas se inundaban y la impotencia se respiraba por doquier, Lentamente el tren comenzaba a moverse hacia lo desconocido….