Aún azorado, comenzaba a recuperarse de las peores tempestades jamás vividas. Aquella calma chicha encarnaba los peores presagios para todo grumete, la pérdida de su timonel tras el descenso al maelström.
La desazón se apoderaba de su alma y la petrificaba de forma implacable. Por lo que ahora sólo quedaba transcribir aquella coda existencial en su cuaderno de bitácora. Dicho instrumento de navegación constituía la más sagrada de las reliquias, por haber sido el testamento vital de aquel gran capitán. El plasmar mis trazos sobre ese lienzo parecía ser la peor profanación posible. Sin embargo, la mar había impuesto de forma impostergable la entrega de ese testigo en la carrera por la vida y la supervivencia. El barco navegaba a la deriva y la reconstrucción del timón se hacía imperante.

Enormemente afligido me debatía en una afrenta indescriptible contra aquellas aguas desagradecidas que vieron tantas batallas y arrojo escenificado. El sin sentido azotaba la cubierta a modo de tempestad emocional. La soledad y el desaliento se convertían en las peores amenazas para aquel barco encallado….
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